Los borrachos, o el triunfo del vino

Guillermo Casares Castro

Los borrachos o El triunfo de Baco de Velázquez

Si se preguntara a un considerable número de gente quién es el pintor español más emblemático del Siglo de Oro español, la gran mayoría probablemente respondería Diego de Velázquez (1599–1660).

Oriundo de Sevilla, en la obra de Velázquez podemos apreciar su habilidad para difuminar los géneros pictóricos, mezclando la temática de la pintura mitológica con la iconografía de la pintura costumbrista, trasladando a las figuras de los mitos clásicos de los idílicos y bucólicos escenarios en los que tradicionalmente habían sido representados a situaciones más cercanas a las del hombre de a pie de la época, como podemos apreciar en cuadros como La fábula de Aracne, más conocido como Las hilanderas, en el que la historia relatada por Ovidio en sus Metamorfosis de cómo la mortal Aracne terminó convertida en araña al provocar la ira de la diosa Atenea se camufla en una escena cotidiana de mujeres trabajando en una fábrica de tapices madrileña de la época; o el cuadro que aquí nos ocupa, El triunfo de Baco (1628–1629), más conocido como Los borrachos.

Realizada a los pocos años de haber sido nombrado pintor de la corte y poco antes de realizar su primer viaje a Italia, El triunfo de Baco es uno de los primeros ejemplos en la obra del pintor ya no solo de su combinación de figuras mitológicas y pintura de género, sino también de sus primeros cuadros en los que representa una escena con varios personajes presentes, cuando hasta entonces el sevillano se había especializado en retratos, y de los primeros en los que representa un desnudo masculino. Como cuadro de etapa temprana, se puede observar cómo, en lugar de ser una obra en la que mitología y escena cotidiana se mezclan a la perfección, la línea que los separa en éste está mucho más definida.

El cuadro puede dividirse en dos mitades, cada una contrastando con la otra, siendo ocupada por distintos tipos de personajes. A la derecha nos encontramos con figuras que no lucirian fuera de lugar en cuadros como la Vieja friendo huevos del propio Velázquez, o incluso pinturas de coetáneos suyos como los Niños comiendo uvas y melón del también sevillano Bartolomé Esteban Murillo, hombres a los que Velázquez o Murillo fácilmente podrían cruzarse por la calle de haber salido a recorrer las calles de Sevilla, Madrid o cualquier otra ciudad de España por aquel entonces.

La mitad izquierda del cuadro, en cambio, está reservada para el dios Baco y su séquito de faunos, seres de otro mundo, con Velázquez empleando diversos elementos visuales para hacer evidente el contraste. Mientras que la piel de los personajes de la derecha está arrugada y bronceada, la de Baco es pálida y tersa, indicando la naturaleza del dios como ser inmortal y eternamente joven; mientras que en la parte derecha predominan los tonos marrones, el manto con el que la deidad romana apenas se cubre las piernas es de colores más suntuosos.

A pesar del contraste, las dos mitades del cuadro no se encuentran completamente aisladas entre sí, con uno de los personajes de la mitad derecha sirviendo como punto de enlace entre ambas escenas. Se trata de la figura del joven arrodillado ante Baco, con el dios colocando en su cabeza una guirnalda de hiedra, planta que debido a su asociación con la poesía ha causado que, a la hora de interpretar el cuadro, muchos analistas hayan propuesto y defendido la teoría que Velázquez está retratando una alegoría a la creación literaria, la cuál no resulta muy descabellada si tenemos en cuenta que, a parte del vino, Baco también era el dios del teatro. Así, Baco es presentado como una deidad que proporciona no solo vino, el cuál aporta alegría y diversión a la gente, sino también otras formas para que las gentes se entretengan y se cultiven.